Se conjugaron las plumas y el sonido de los ruiseñores hizo bailar todas las hojas del jardín. La brisa nos llevó a encontrarnos bajo un árbol. Ese árbol, es el mismo que guarda las hojas en las que te escribo, que en remolinos se lleva el viento y al cielo siempre le confío nuevas primaveras.
Atrapada en el instante, que lucía eterno me dedique a observarle, estaban los ojos en mis manos. De mi aliento partían los aviones repletos de letras que aterrizaban en el aeropuerto de sus labios que me alumbraban. Me abrigue en sus manos, los dedos jugaron a ser bufones y sonrisas producían la miel.
Fuera del círculo de sus pupilas, partículas de Orión, donde explotó alguna estrella, muy parecido al color del mar y donde se ahogaron mis penas. Su pelo se pintó del color de un otoño de hojas arce. En las esquinas de sus ojos se erguían alguaciles a la espera de ocasos y cansancio para bajar las cortinas.
Palabras sobran cuando pensamientos afloran en gestos. Llegó, en un beso borró pesadillas y encontró mi portal. Con su tacto leía mi latir y cada sensación. Husmeé hasta en cicatrices y en todos sus poros, dejando mis huellas. Pinté la ruta para mi regreso, acaricie hasta su voz.
Cuando regresa la niebla se empaña mi ventana. Se pierde la mano que agito y que le dice a él hasta luego, cuando ya estás todo tan fuera de foco. Era un pasajero de uno de mis sueños, sueños fugitivos, esos que vienen y van. Aun con los ojos abiertos se traslada mi alma. Se tornan mis ojos a un día lejano cuando un pensamiento me recuerda que estaba de viaje. Por un momento partí hacia el alba, más allá de la tierra muy lejos del invierno y de esta selva enmarañada que tengo por presente. Y la mente me cambio de canal.
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