Tal vez sea muy sensible o todo lo contrario y todo lo demás. Pero, ¿qué más da? La sinceridad a veces paga un alto precio al igual que el despertar: en muchas ocasiones te distancia de los demás.
Si nos detuviéramos a pensar un poco antes de tomar una decisión, adoptar un comportamiento o acoplarnos a lo que entendemos y a la vista agrada a los demás; en efecto lograríamos esa anhelada conexión con los demás y afectarlos de una manera positiva. El poder de re-contextualizar las cosas no se debe exagerar. Mucho menos subestimar el alcance e influencia de nuestras acciones y actitudes, más de aquellas sin fundamento y como olvidar la cadena de las malas interpretaciones que tienden a generar. Y ese efecto contagio de lo malo, la hipocresía a la potencia y el fervor de lo banal.
La importancia de lo que acontece, de las situaciones en que nos vemos involucrados no depende mucho de lo que en verdad son, sino de la a veces terrible dualidad: cómo lo vemos, la interpretación y magnitud que decidimos darle; por otro lado la presión social, el cómo lo mire la sociedad y lo que puede que digan. Lo que hace toda esa influencia de la sociedad y esa búsqueda de aceptación un tema espinoso, porque está directamente atado a con quien decidimos relacionarnos que a veces en vez de ayudarnos nos menoscaban.
Lo triste es el efecto absurdo que muchas veces tienen las impresiones sobre nuestro proceder. Es esa tendencia a copiar el comportamiento de otras personas de forma casi gregaria la que nos aleja de conocer nuestras fortalezas y utilizarlas “a favor de” y “para agradar/pertenecer a” algo que en creces nos supera. Qué pena que lo que se haga viral sea esa obediencia sin razones, por creer ciegamente que nos acerca a una vida placentera y que contrariamente nos hace olvidar del dedicarnos a ser felices. Y que nos seduzca esa idea de que debemos encajar y olvidarnos de las perspectivas y de pensar.